Cada dolor del pasado fue, sucedió, quedó enmarcado allí en el pasado y aunque duela en el presente, no es el mismo dolor. El verdugo y el herido ya no son los mismos, así que ¿donde está la herida?
Si la herida no está en el presente ¿qué es lo que duele?
Si lo único que tenemos en el presente son las experiencias frescas de cada momento, ¿quién se encarga de poner el viejo dolor allí en medio?
El aprendizaje del dolor es importante, recordar el poder destructor del fuego nos salva de morir abrasados; sin embargo, ¿qué sucede con aquellas experiencias que quedan secuestradas por el miedo?; aquellas que en lugar de asegurarnos la supervivencia nos retienen en el escondite, de la desconfianza, de la rabia, de la vieja descripción de quienes éramos en el momento del dolor.
El miedo nos retiene como espectadores temerosos, cargando el rosario de dolores entre las manos, acariciando cada cuenta con los dedos con tal de no dejar escapar ningún dolor; proyectando en cada nueva situación el viejo pasado, representando una y otra vez el papel del herido sobre el escenario de la vida; implorando una y otra vez que no nos toquen la herida, pero ¿dónde está esa herida?