"Felicidad",
que intangible e inalcanzable suena esta experiencia. Pareciera que
corremos toda la vida tras ella, siendo tal su velocidad, que cuando
alcanzamos a tenerla entre índice y pulgar, aún sin recuperar el
aliento, vuelve y se escabulle obligándonos a retomar la carrera.
Solemos considerar
la felicidad como un estado casi permanente al que debemos tener
acceso por derecho propio, y para su encuentro nos empeñamos en
poner en orden cada uno de los aspectos de nuestra vida, pensando que
el control de todas aquellas áreas traerá como resultado el hecho
de ser felices. Sin embargo, con frecuencia, dentro de la ecuación
olvidamos contemplar la variable del cambio, olvidamos el movimiento,
olvidamos que nuestra vida está construida en la interacción con
otras personas que también se mueven y por tanto es bastante
improbable que la ecuación “todo bajo control” dé como
resultado “el estado de felicidad”.
Pretendemos “ser
felices” esperando el escenario ideal: cuando la situación
económica sea óptima, cuando tengamos una casa, un trabajo, un
amor, estabilidad emocional, el bienestar de los nuestros, y la lista
podría continuar y así continuamos, aplazando, corriendo, esperando
a tenerlo todo como creemos que debería estar, para poder
permitirnos descansar en el sofá y saborearla.
No obstante, si nos
detuviéramos un momento a observarnos, seguramente comprenderíamos
que hemos errado en el enfoque, que hace falta volver a plantearnos
su significado en nuestras propias vidas, porque la realidad es otra,
y nos enseña que probablemente la felicidad no sea un estado al que
tengamos derecho, sino mas bien una actitud para cultivar, una forma
de disfrutar de los momentos, un espacio desde el cual interpretar
las vivencias y actuar, una visión clara del presente que nos
permite reconocer el gozo de este preciso segundo.
Se trata más bien
de saborear cada situación que surge y se evapora desde la presencia
y la aceptación, para dar espacio a la siguiente experiencia. Sólo
desde esta actitud podremos construir la base desde la cual vivir
tanto lo agradable como lo desagradable, de otra forma solo estaremos
luchando con las situaciones y de nuevo corriendo tras el “poder
ser felices”.
Cuando nos relajamos
y permitimos que la vida se muestre como es, porque finalmente así
terminará siendo por mucho que nos opongamos a ello, incluso en las
situaciones más adversas, en medio del dolor, gracias a la
aceptación hallaremos momentos dulces, en los cuales podremos
comprobar que la felicidad no es como nos imaginábamos, es mucho
más sencilla, mucho más estable, mucho más sutil. Solo entonces
podremos permitirnos ser felices, sin esperar nada que no sea lo que
pasa en el presente, aquí y ahora, en la vida tal cual se presenta
en este momento.