Estar aquí “presentes” implica, necesariamente, aprender a soltar cotidianamente pequeños fragmentos de lo que hemos creído ser.
Desprenderse cada día de un “debería”, porque las cosas son como son, casi nunca como deberían; desprenderse de las descripciones fijas de “quien soy” porque el espectro es mucho más amplio que nuestra limitada visión acerca de nosotros mismos; soltar las viejas creencias acerca de las relaciones, porque por lo general, siempre tienen más cosas para enseñarnos, que aquellas que les permitimos.
Dejar morir un poco eso que dábamos por cierto, eso que era yo, o eso que era mío.
Estamos acostumbrados a aferrarnos, a acumular, a tener un yo que no está sujeto a cambios, sin comprender, que la naturaleza exige el cambio en cada momento y que la resistencia produce el sufrimiento, mientras que soltar libera.
Ese que he sido yo, con cada movimiento cambia, con cada emoción se transforma y con cada interacción podría permitir que algo nuevo surgiera; pero erróneamente nos identificamos con un yo estático que no existe, y que si lo hizo, fue por una fracción de segundo. La vida se mueve y continuamos allí agarrados al que fuimos, los dedos blancos y fríos de tanta fuerza empleada y la gravedad haciendo su trabajo.
Hay que atreverse de vez en cuando a morir un poco, a pasar por el cotidiano duelo a la pérdida de lo que fuimos, con tal que surjan nuevas descripciones, adecuadas al presente, a lo que nos pide esta relación precisa, a cambiar el punto de vista por una ventana con vistas, para tener más perspectiva; a ampliar la visión del mundo y llorar por unos segundos la miopía que nos acompañó.
cáscara de uchuva, Subachoque