Estamos acostumbrados a
considerar el gran valor que tiene nuestro trabajo, la actividad con la que
conseguimos el sustento, probablemente el reconocimiento y con suerte aquella
que nos da satisfacción, con frecuencia nuestra vida gira alrededor de ella o
en su ausencia a su búsqueda. Las horas dedicadas al trabajo parecieran estar
justificadas o ser lo que debe ser, pocas veces nos cuestionamos.
Sin embargo
el día y la vida están llenos de otra serie de actividades que pareciera que
las vivimos como sí fueran obligaciones añadidas que tenemos que solventar en
poco tiempo, prefiriendo que otro las haga por nosotros y dedicándoles poca
energía y atención.
Cocinar, comer, limpiar,
cuidar de nosotros y de los otros son actividades vitales tanto como conseguir
"el pan de cada día" pero lo perdemos de vista, intentamos hacerlo
todo en el menor tiempo posible, queriendo deshacernos rápidamente de la
"obligación" para ir a hacer "otra cosa", estamos siempre
corriendo detrás del tiempo y probablemente es allí donde reside lo que tanto
estamos buscando, la calma y la tranquilidad: en dejar de correr, en darle a
cada actividad el valor que se merece es decir, el tiempo y la atención,
nuestra presencia.
Alimentarse es vital para
estar en el mundo, mantener limpio el espacio en el que nos desarrollamos y
compartimos es vital para sentirnos a gusto en nuestro lugar, poder estar
presentes al momento de relacionarnos nos permite crecer en cada relación, cada
segundo es importante, cada minuto dedicado a la actividad que sea es vital.
¿Que pasaría si viviéramos
"como si" todo lo que hacemos durante el día fuera importante, y le
dedicáramos toda nuestra atención? Por lo menos podríamos curiosear en algunas
de las situaciones que se nos presentan durante el día, espacios para
entrenarnos están a nuestra disposición a cada segundo.
Amanecer, Parque Tayrona