La lucha, el intento de arrancar de nuestra vida lo que nos nos gusta, lo que duele, lo que no "debería" estar, nos asfixia, reduce nuestro campo de observación, nos secuestra de la experiencia y sus regalos.
Cuando en nuestra vida permitimos que haya el espacio suficiente que lo incluya todo, que les permita a las situaciones sucederse una tras otra y permanecer allí con lo que se despierte, sin importar su color o textura, generando un espacio amplio donde todo puede ser y a la vez transformarse, donde hay el suficiente aire para respirar mientras duele, mientras se ríe, mientras nuestra vida se sacude.