martes, 22 de febrero de 2011

Cuando la solución es el problema.

La vida constantemente nos propone retos, dificultades o problemas (según la actitud frente a ellos), algunos de los cuales, si simplemente aprendiéramos a fluir y aguardar, muy seguramente, tendrían muchas menos consecuencias que las que suelen presentar.

 
Frecuentemente para aquellas dificultades solemos responder con estrategias caducas, algunas veces tejidas por la inercia, o antiguos patrones que en una situación parecida consideramos que reportaron algún resultado favorable.

Muchas de las soluciones que creemos ayudarán, y que ponemos en marcha con la esperanza de que detengan el sufrimiento, se van convirtiendo, con el paso del tiempo y de la poca conciencia acerca de su verdadera efectividad, en afilados dardos que se devuelven hacia nosotros, manteniendo y complejizando aún más la situación.

Intentamos solucionar un problema de comunicación, presionando para hablar, con lo cual nuestro interlocutor sentirá cada vez más el deseo de escapar, y cada vez menos el deseo de hablar. Intentamos salir de la desidia proponiéndonos  metas gigantescas ubicadas en el futuro ideal, que aún sin empezar ya se nos convierten en  montañas que nos aplastan, con el alud de nuestra incapacidad y retroalimentan la creencia de "no ser capaz".  Procuramos huir de las sensaciones desagradables consumiendo alimentos, objetos, sustancias o interminables tiempos en internet que refuerzan nuestra sensación de no tener el control.

Construimos, totalmente ajenos a ello, un circulo vicioso que se mantiene y retroalimenta gracias a lo que consideramos “es la solución”, sin darnos cuenta de que si logramos interrumpir la repetición sistemática de ella, probablemente la situación difícil mostraría ante nuestros ojos su resolución, pero es nuestro afán de terminar con lo desagradable, sin una real atención y conciencia, lo que, en la mayoría de casos, mantiene la dificultad.

Los retos de la vida nos exigen atención y muchas veces, contrario a lo que pensamos, también nos piden lentitud, respirar, observar con cuidadosa atención, sin actuar, sin hacer el menor ruido, familiarizarnos con la situación, las sensaciones y los pensamientos, para desde allí permitir, que desde el interior de la situación, surjan las acciones precisas.
                                                                                                                
                                                                         ¿Tienes la paciencia de aguardar
a que tu fango se decante y el agua sea clara?
¿Puedes permanecer inmóvil
hasta que la acción justa aflore por sí msma?
Tao Te Ching