Aprendemos a decir lo que “deberíamos decir”, a hacer “lo que deberíamos hacer” y a intentar sentir “lo que se debería”, y llegamos a acostumbrarnos tanto que ya lo damos por real, “es lo que tendría que ser”.
Sin embargo en nuestro interior, aunque débilmente, hay algo que sigue resonando y que no se resigna, una sensación que se alimenta de impotencia, y en la cual, si nos damos el permiso de sumergirnos, encontraremos todo lo que no hemos expresado o hecho, por el temor de no ser aceptados o amados, e intentar encajar. Encajar, en la que creo, mi descripción de la realidad, en lo que “considero” se espera de mi, pero en este intento hemos pasado por encima de nosotros mismos, en la mayoría de casos, por algo que ni siquiera nos piden desde afuera, solo respondiendo a nuestras suposiciones.
La mayoría de nuestros conflictos, si lo observamos con detenimiento, provienen de la necesidad de coherencia y el asfixiante espacio que le vamos dejando en nuestras vidas, son un grito desesperado llamando nuestra atención sobre lo que realmente necesitamos: alinear la mente, el corazón y los actos.
A través de la observación y la aceptación vamos alineando mente y corazón, falta pasar a la acción.
Observa cada uno de esos actos por pequeños que sean, mira tu agenda…¿a cuantos de esos encuentros dirías que no? ¿De toda la gente que ves en tus ratos libres, con quien realmente te gustaría estar? ¿De esos compromisos sociales, a cuales de verdad quieres ir? ¿De las llamadas pendientes, cuales en realidad deseas hacer?¿En realidad quieres hablar de eso? ¿Cuantas cosas al día haces por obligación? ¿Cuantas porque realmente deseas? ¿Cuantas veces al día dices lo que en realidad piensas sientes?.
Si lo miramos con la distancia suficiente, hemos creado unos contactos sociales en los que, en muy escasas oportunidades, nos otorgamos el permiso de decir y hacer lo que realmente pensamos, hemos ido perdiendo poco a poco la espontaneidad, y es inevitable que de esta forma nos envuelva cada vez mas el aislamiento acompañado, la soledad concurrida, no estamos contactando, estamos actuando el contacto.
Coherencia no se refiere a una sinceridad que atropella y maltrata, es un proceso complejo, en la medida que en él intervienen cualidades sencillas, coherencia implica conciencia y compasión, conmigo, con el otro, implica una atención cuidadosa y la impecabilidad de los actos.
Así como tras la observación es inevitable la aceptación, una vez están juntas es inevitable que surja la coherencia, en este proceso es un paso necesario, el cuerpo te lo pide, una vez tienes la claridad de la observación sin juicios y te haces cargo de lo que descubres en ti, esa misma inercia te empuja con fuerza a querer alinear tus actos en una misma dirección.
Empieza por todas aquellas situaciones sencillas, pequeñas, que serán la mejor escuela para cuando vengan los “no” y los “si” rotundos. Tendrás que avisar a quienes te rodean, que a partir de hoy, o de mañana si hoy no es el día, vas a alinear tu mente tu corazón y tus actos y que en este sentido pides consideración y compasión, porque seguramente de tu boca saldrán cosas que no están acostumbrados a escuchar (sin connotaciones de bueno o malo), porque dejaras de hacer aquello que hacías en automático pero que no te satisfacía. Probablemente en esta primer toma de contacto, las situaciones parecerán un poco bruscas, pero exponerse es la única forma, poco a poco irás encontrando el camino, la coherencia suave, en la que tú y los que están en tu compañía se sentirán reconfortados y auténticos.
Es preciso florecer y solo es posible a través de la coherencia…